La solución arquitectónica de la iglesia para acercar a los leprosos

La lepra fue un padecimiento de larga evolución, y sin duda la enfermedad más importante de la Edad Media. Los centros asistenciales en los que atendía la Orden Militar y Hospitalaria de San Lázaro más que hospitales eran comunidades en las que paliar la soledad y el dolor de una enfermedad de la que apenas se tenía conocimiento.
Hoy en día se sabe que la lepra es una enfermedad poco contagiosa y la prolongada latencia de aparición de los síntomas hace que puedan tardar muchos años en manifestarse. Sin embargo, en su momento el aislamiento total de los leprosos convirtió en realidad la idea de que la lepra fuera una muerte en vida. Al enfermo de lepra se le alejaba de la convivencia cotidiana en la comunidad, no podía cohabitar con individuos sanos, tanto es así que era causa justificada de divorcio y de pérdida de bienes.
Aislamiento social
Un sacerdote era el encargado de acompañar al leproso hasta los extramuros de la ciudad y se le sentenciaba:
“Ahora mueres para el mundo, pero renaces para Dios”.
El señalado por la lepra tenía que cumplir con una serie de prohibiciones como la entrada a iglesias, mercados, molinos o a cualquier reunión de personas, nunca más podría presentarse en lugares públicos y debía anunciar su tránsito y su llegada haciendo sonar una campana.
Pero que se contrajera la lepra y se impidiera la asistencia al culto en iglesias no significaba que se tuviera que sacrificar la fe, ya que los creyentes tenían derecho a poder seguir en contacto con la palabra de Dios. Por esta razón se creó el concepto de las “ventanas para leprosos”. Estas ventanas, colocadas casi a ras del suelo en las paredes de las iglesias, permitían a los leprosos y a otros marginados asistir a la misa desde fuera de la iglesia.

A veces estas estructuras en la arquitectura han sido interpretadas como lucernarios o sistemas de ventilación, cuando en realidad eran hagioscopios. El término deriva del griego b-yto-z,-o¿,-ov «santo- y uKoiréw—examinar—. Era una ventana pequeña de las iglesias medievales, a través de la cual se podía ver el altar. Un hagioscopio, a diferencia de las ventanas que permiten el paso de la luz, el aire y los sonidos, tiene la única función de permitir que el excluido pueda ver, puesto que muchas veces no podía pasar el sonido. En la arquitectura medieval, los hagioscopios estaban situados en la pared del presbiterio y con frecuencia estaban protegidos por una persiana de madera o barras de hierro.

El hagioscopio de la iglesia de Brook, Kent en Reino Unido, vista desde fuera.

Hagioscopio del presbiterio norte desde dentro.
En ocasiones el hagioscopio era apenas una abertura a través de la pared de una iglesia en una dirección oblicua, en ocasiones sirvieron para permitir una audición-visión restringida para un individuo privilegiado que podía así no ser visto por el resto de la congregación, pero también se usó para permitir a los fieles leprosos ver el servicio sin entrar en contacto con el resto de la población.

La oblicuidad establecía una barrera que impedía los contagios y protegía al resto de la comunidad. Ante el aislamiento social con el que se trataba a los leprosos, la propia iglesia formuló esta solución arquitectónica convirtiendo en verdad aquello de que cuando una puerta cierra, una ventana se abre.

Para saber más:
López Quiroga, J. – Figueiras Pimentel, N. (2018): «Ecclesia Edificata Inter Alpes Roccas Nominata. El complejo rupestre de San Pedro de Rocas (Esgos, Ourense)», in: López Quiroga, J. (coord.): In Tempore Sueborum. El tiempo de los Suevos en la Gallaecia (418-585). El primer reino medieval de Occidente (Servicio de Publicaciones de la Diputación Provincial de Ourense), Ourense, 373-394.
Soto Pérez de Celis, E. (2003) La lepra en Europa medieval. el nacimiento de un mito.Elementos: ciencia y cultura, marzo-mayo, año/vol. 10, número 049. Benemérita Universidad Autónoma de Puebla Puebla, México pp. 39-45.