La medicina en época de pandemias
En estos momentos el mundo entero no deja de manifestar la importancia de los médicos y los hospitales. La pandemia que estamos viviendo por el Covid-19 pone en valor el sacrificio que realiza el personal sanitario y sus necesidades de material, mascarillas, batas, pantallas, gafas, viseras, que consiga aislarlos del contagio para poder seguir cuidando del resto de la sociedad.
Esta necesidad de asistencia médica, se remonta a la época medieval, en la que fue menester aliviar el sufrimiento y se fomentó la creación de unos centros que tenían más de institución religiosa que médica, por la labor caritativa que hacían.
La peste Negra y la lepra
Las enfermedades como la lepra o la peste, se cobraban la vida no sólo de los pacientes, también de los cuidadores, al exponerse al contagio sin las medidas de prevención necesarias.
Algunas Órdenes se especializaron en el cuidado de enfermos infecciosos como la Orden de San Lázaro en la lepra, con medidas de aislamiento social como profilaxis. Está demostrado que la lepra se debe a un bacilo Mycobacterium leprae y que sólo algunos enfermos pueden actuar como agente infeccioso ante personas inmunodeprimidas. Sin embargo en la época medieval sólo cabía el aislamiento para los leprosos.

En cuanto a la peste negra o peste bubónica también se pensaba que era contagiosa “por el aire” debido a su gran capacidad de transmisión. Sin embargo, el causante era una bacteria, Yersinia Pestis, por contacto con ratas, en concreto inoculada por la picadura de pulga.
El atuendo del Dr. de la Peste

El médico de la peste o médico de la plaga, iba vestido de una forma rápidamente identificable en general pero sin reconocerse a nivel individual, al igual que ocurre hoy en día con los sanitarios que atienden a enfermos de Covid-19, que algunos han optado por colgarse una fotografía en su traje para que sus pacientes puedan reconocerles detrás de la mascarilla y todo el equipamiento que llevan.
Para evitar el contagio, que se creía que se transmitía por el mal aire, los doctores de la época desarrollaron un hermético traje para ayudar a los enfermos y evitar el contagio. El invento de dicha vestimenta se le atribuye a Charles de L’Orme, el primero en utilizar este traje en el año 1619 en París, y posteriormente su uso se expandió por el resto de Europa.
Empezando por la cabeza, ésta se protegía con un sombrero de ala ancha, que no sólo los identificaba claramente, también servía para mantener la distancia social de un metro. Los sombreros eran de cuero curtido y se abrochaban fuertemente con una correa de cuero para que no se cayera ni quitárselo en toda la jornada de trabajo.

La túnica hasta los tobillos era de tela gruesa encerada y sin apertura. Se usaban colores oscuros, principalmente negro, para disimular las manchas de sangre, vómitos y barro. Bajo ella se vestía una blusa de piel fina y manga corta, siempre metida en los pantalones, también de tela encerada, para hacerlo más hermético. Se remataba con las botas de cuero en las que se metían las perneras del pantalón.
Los guantes eran también de cuero, imprescindibles para evitar el contacto con los enfermos. Eran largos y anchos, para colocarlos por encima de las mangas de la túnica, evitando dejar la piel al descubierto.
Elementos identitarios: máscara y bastón
Pero lo más característico del atuendo del Doctor de la peste fue la máscara ideada para evitar respirar el mal aire y ser contagiado por la peste Negra. Las mejores se fabricaban con cuero, excepto por los oculares que eran de cristal.

En la zona de la nariz la máscara tenía una cavidad triangular con forma de pico de pájaro. El pico se ajustaba con correas de cuero, igual que la máscara en sí. Esta cavidad tenía dos pequeños orificios de respiración, y para filtrar el aire se ponía en la cavidad diferentes hierbas aromáticas, flores secas, especias, esponjas húmedas con vinagre. También se impregnaba paja con sustancias aromáticas como ámbar gris, hojas de menta, estoraque, mirra, láudano, pétalos de rosa, alcanfor y clavo de olor. Estos productos aromáticos también se impregnaban por todo el traje, la túnica y los pantalones. Lo que en realidad evitaba era que entrara por la nariz el mal olor de la podredumbre y putrefacción de los enfermos
También fueron muy identitarios los bastones de madera que se utilizaban para impedir el contacto físico con los enfermos de la peste. El bastón permitía examinar a los pacientes sin tocarlos pero también se utilizaban para apartar a la gente o impedir que se acercaran demasiado cuando se abalanzaban sobre el Doctor de la Peste para pedir ayuda.

Los bastones se adornaban en un extremo con el símbolo del rápido paso del tiempo Tempus Fugit ,un reloj de arena alado, el cual hacía referencia a nuestro fugaz paso por la vida.
Aunque la peste negra no se transmitía por el aire, el traje consiguió alejar a los médicos de las pulgas por lo que en alguna medida sirvió, al menos, para mejorar la atención sanitaria de los enfermos.
La actual pandemia del Coronavirus ha devuelto a la actualidad la necesidad de mantener bien protegido al personal sanitario y al mismo tiempo ha incorporado para toda la sociedad la necesidad de unas medidas higiénicas y de distancia social que seguramente deberemos incorporar de por vida.