El Cristo leproso de Brioude

La basílica de San Julián es una basílica medieval francesa situada en la pequeña ciudad de Brioude. Está dedicada a san Julián de Brioude, un soldado romano convertido al cristianismo, que fue martirizado en el año 304. Al parecer murió decapitado y sólo su cuerpo fue enterrado allí.
La construcción de la iglesia románica actual data de la segunda mitad del siglo XI. El santuario se vio favorecido por el gran desarrollo que obtuvo Brioude, convertido en un lugar de peregrinación y por el paso de las tres grandes peregrinaciones medievales: el camino de Santiago de Compostela, de Roma y de Jerusalén.
La iglesia contiene obras de arte muy importantes, así como frescos y esculturas cargados de simbolismo, pero en concreto hay una figura de gran interés: El Cristo leproso.

Anatomía y sufrimiento en madera
El espléndido Cristo del Hospice de Briuode — 1315-1320 — se denomina generalmente de la Bajasse, en recuerdo de la leprosería que albergó en otro tiempo, es una figura en madera encolada policromada más grande que el natural. Está documentalmente datado en el siglo XIV, y su impactante aspecto se debe a que, según cuenta una leyenda, un leproso habría yacido sobre la estatua implorando la curación siendo así transferida la enfermedad a la figura.
Existe toda una serie de crucifijos que representan el fruto maduro de una serie de precedentes españoles y españolizantes en Italia como el Crucifijo de Perpignan de 1307 o el de Santa María in Kapitol, que dieron como resultado estas obras expresionistas, modelo a su vez de una serie de derivaciones imitativas en Francia, Italia y España, pero nunca con la intensidad dramática conquistada por estas maravillosas representaciones del Cristo sufriente, tanto moral como físicamente, momentos antes de expirar.
Todo son detalles en el rostro, sin barba esculpida, en el cuajarón de sangre saliendo del costado, en toda la anatomía, que nos aportan características fascinantes de la obra.
La finalidad del artista era despertar la piedad y el dolor en los fieles que se presentaban ante ella. Para conseguir que el dolor llamara a la piedad de los fieles se reflejó en la madera toda una narrativa que describía de manera detallada este preciso momento.
Así por ejemplo Santa Brígida, dejó escrito el reflejo del martirio que sufrió Jesucristo antes de morir y existió toda una literatura mística medieval con finalidad didáctica, que se derramó sobre aquella sociedad medieval, dominada por el temor y exaltada por los sufrimientos de Cristo en su Pasión, como lo atestiguan San Francisco en sus sermones, Tauler en sus Ejercicios sobre la Pasión del Señor o San Buenaventura en las «Meditationes de Passione Iesu Christi» .
Al mismo tiempo los dolores de Cristo eran, tal y como estamos viviendo en estos tiempos del Coronavirus, un vivo reflejo del sufrimiento social ante las dramáticas pestes que asolaron a Europa y la propia conciencia religiosa de salvar los Santos Lugares por medio de las Cruzadas, algunos siglos antes.

Una leyenda tras un rostro conmovedor
A la figura del Cristo leproso le acompaña una conmovedora leyenda, cuyo protagonista es un joven escultor, que en vísperas de su matrimonio tiene que abandonar el mundo para ser internado en la leproseria de la Bajasse, víctima de la terrible enfermedad. Esculpe allí para una cruz vacía un Cristo, leproso como él, afectado por las más desagradables manifestaciones del mal personificadas en su cuerpo y en su espíritu.
Pero su dolor, cristianamente aceptado tiene una bellísima recompensa: su propia curación y transmisión de sus ulceras al mismo crucificado cuando, impotente para esculpirlas en la madera, decide echar al Cristo en tierra y colocarse sobre él en la disposición de crucificado, «frente contra frente», cerrando sus manos, sus pies, todo su cuerpo contra la imagen santa, besándole todas sus ulceras».
La descripción del rostro que hizo Dr. P. Thoby puede servir tanto para el Cristo de Perpignan, mencionado antes, como para el Cristo leproso de Brioude. He aquí su palpitante descripción :
«La cara es quizá una de las más trágicas en su sinceridad que haya producido el siglo XIV. En ella se encuentra la huella, no solo de los sufrimientos de la Pasión, sino de una larga miseria que ha horadado las órbitas, les ha dado una profundidad que subraya la prominencia de los pómulos descarnados; la nariz afilada, la boca entreabierta, los labios estirados, descubiertos los dientes, alcanzan los límites del arte, y recuerdan las cabezas momificadas de las salas de anfiteatro«.
El tipo de corona, en lugar de espinas se puede ver una corona trenzada en cuerda, responde al modelo perpignanés, tomado sin duda alguna del Crucifijo italiano de Fabriano, los brazos delgados y de vivos tendones; tórax con vertebras que se aprecian ostensiblemente, la herida del costado manando gran cantidad de sangre coagulada. La estructura del cuerpo se figura bastante en S, típica del siglo XIV, con su cabeza intensamente caída hacia adelante, con las rodillas flexionadas y las manos crispadas.
El protagonismo de la lepra en este Cristo lo hace peculiar a los ojos del mundo y es un indicativo del importante papel que jugo la enfermedad de Hansen como motivo de preocupación y miedo en la vida de las personas. Un Cristo lleno de llagas y pústulas con el que sentirse identificado en la soledad, hasta siendo un pobre leproso.

Para saber más:
Franco Mata Ángela. El «Devot Crucifix» de Perpignan y sus derivaciones en España e Italia. In: Mélanges de la Casa de Velázquez, tome 20, 1984. pp. 189-215 https://www.persee.fr/doc/casa_0076-230x_1984_num_20_1_2415